Con sed de adjetivos y algo más
Sed de Champán, Montero Glez
Random House Mondadori [!]De Bolsillo. 2004
El interés de leer esta novela lo tenía desde hace tiempo, primero fue por una reseña de Arturo Pérez-Reverte publicada hace años, luego por una recomendación directa de Ricardo Vigueras, a pesar de ambas, el libro estuvo como seis meses en el librero, la verdad, fue hasta el tercer intento que pude leerla, al principio, no podía pasar de la primer página; acostumbrado a la liviandad descriptiva y a la narración directa de otros escritores, la novela de Montero Glez era para mí, lo más cercano a tratar de subir un barranco:
Se trata de un hijo de la otra orilla, digamos de la parte baja del tobogán de la vida; crianza de negra cuna y linaje confuso; pellejo delator y un paso endiablado, el suyo, que repiquetea en las calles aún calientes, culpa del último sol de la tarde. A todo esto, y según su reloj de pulsera, pasan diez minutos de la medianoche. El perfil de la luna asoma ya entre dos casas y, a lo lejos, unos ladridos le informan sobre su condición de extraño. Sin embargo, llevado por esa familiar indiferencia que se gastan los solitarios, el Charolito sigue su camino por limpias aceras. Lo hace con garbo de torero suburbial y repeinado, curtido en la alta noche a punta de capote, directo a probar suerte.
Tomaba el libro siempre desde este parrafo y por más que trataba, el pobre Charolito no podía robarse el Ferrari que tranquilamente lo aguardaba en la siguiente página, mis malos habitos de lectura no podían con ese estilo espeso atiborrado de una elegancia callejera y asuntos de baja ralea, confieso que me costó trabajo abrirme paso entre esa pandilla de adverbios y adjetivos que poco a poco me fueron acomodando en el pasillo de los que ya no vuelven al buen camino, robacarros, traficantes, padrotes y padrinos, toda una mezcla de los que no se juntan con uno por la desconfianza natural adquirida por sus nocturnas costumbres.
Así, después de haber recibido santo y puñetera seña, se me ha dejado asistir al montaje abigarrado de una novela negra oscurecida por el talante barroco que más que decorar, le agrega el estorbo y el tono necesario para narrar un carnaval de triquiñuelas, desvelos y traiciones, un desfile de personajes que van de la caricatura al esperpento, todo, en una Madrid que se cae de vieja y a la que los migrantes le salen hasta por las orejas.
Con sed de champán no es una novela fácil, primero está ese estilo que Glez depuró con exceso y que dio como resultado la mezcla de arrabales argentinos, gitanos y españoles, el acento sudamericano a más no poder y, aparte de eso, la manera en que las tramas del pasado persisten como una sombra que cubre todo lo que sucede, además, el Charolito cuenta otra historia, la última andanza de Emilio Mostaza, invención de el Charolito y capricho estilístico de alta costura elaborado por Glez, es otra historia haciendo ronda en los pasillos de este hotel fantasmal donde hasta los muertos alcanzan a contar algo.
Con sed de champán, es la historia de los que nunca han dejado de huir, porque jamás han dejado la costumbre de perserguir, de perserguirse el uno al otro como lo hace la Carmelilla, que va con sus catorce años y su cuerpo de dieciocho detrás de Charolito, aun sabiendo que dicho encuentro encenderá la furia de la familia:
Con el fuego por dentro, la piel caliente sobre los billetes gastados, se revuelcan sin pudor en lo más alto de la deshecha cama. Él se hunde; con un golpe certero penetra su cuerpo recién hecho, afectuoso y horneado, inocente y culpable a la par. Ella le recibe, siente su punzada y su respiración, cada vez más rápida, más sonora.
Toda historia es simplemente una persecusión, una cacería de presas concretas, el último respiro de lo que se odia, es lo que persigue el Flaco Pimienta que le dejó la sentencia escrita a Charolito, otros buscan las monedas, otros esconderse de la muerte, todos persiguen y huyen de algo, y cuando estos motivos se cruzan con los de otros, es muy fácil que la muerte ajena se tropieze con uno y salude de pasada a otro, así de simple es el destino de los que prefieren no dormir desnudos, no tener puerta donde lo esperen y bar donde lo saluden, la novela de Glez es un laberinto de truhanes que han perdido hasta el apellido pero jamás ese retazo de corazón y hueso herido que llaman código de honor, reglas que cederán poco a poco al igual que las tablas viejas, pero que mientras duran, sirven para sostener el pasado y hasta el presente.
Con sed de champán es sólo eso, las historias de hombres y mujeres que van con el corazón clavado en los talones del otro, el ajeno, el lejano, el que huye lo más rápido que puede, Si la leyeramos en voz alta resultaría en una radionovela negra perforada por el ruido de las balas, los jadeos de los que arriesgan la espalda por un cuerpo y los que no tienen nada que perder, Montero Glez toma el barrio bajo y lo pone ante nuestros ojos con escasa ternura, las ciudades están hechas de esto, una miseria huyendo de otra miseria, no hay otra cosa, nunca la habrá.
*En esta edición viene la lista de personajes (que son bastantes) al final, les recomiendo leerla antes de iniciar la novela.
Comments
Post a Comment