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La grandeza del cine mexicano, Jorge Ayala Blanco
Oceano, 2004
La actitud del crítico ante una situación crítica


A Jorge Ayala Blanco lo leí en el periódico El Financiero hace unos cinco años cuando yo trabajaba en la universidad, antes de eso leí otras críticas en algunas revistas y suplementos culturales, siempre lo he considerado como el único crítico de cine mexicano, único en su estilo y hasta ahora el único que conozco que ve casi todo lo que se produce en el país, es natural entonces que su estilo sea agrio arido y ácido, consumir todo el cine de este país, no puede causar otra cosa que unas largas y terribles agruras.
Su trabajo no se ha reducido a las colaboraciones, desde hace años lleva publicando libros sobre cine mexicano, sus títulos, por alguna extraña razón consisten en una palabra que abraza todo el sentido de la obra, anteriores a este libro han aparecido La aventura del, La busqueda del, La condición del, La disolvencia del, La Eficacia del y La fugacidad del cine mexicano. Y sí, después de este libro sigue La Herética del cine mexicano, y con la I, pues se me ocurren bastantes palabras, supongo que a el autor también.
Esta palabra con la que titula cada uno de ellos es manejada en todos los sentidos, en este caso la grandeza se ve con ironía y seriedad, pasa por la grandilocuencia y esa insoportable “grandeza” que ya no existe pero se trata de aparentar, de esta forma Ayala Blanco critica cerca de 95 producciones cinemátográficas entre películas, cortos y documentales realizados de 1997 al 2003, y hay de todo, ironías simples, ataques de pánico y comentarios tan ácidos capaces de atravezar una butaca de cine, admito que el estilo es díficil, pero al pasar de las páginas va adquiriendo sentido, díficil para uno, que que confunde las reseñas pederas de las revistas “especializadas” con crítica cinematográfica, esta última no pone estrellitas o pulgares abajo, esta se sumerge realmente dentro de lo que está presenciando, hace una lectura de lo que hay y por supuesto de todo lo que no hay en la pantalla, como todo producto salido de México, el cine tambien consiste en excesos y en carencias, no hay punto medio, se pretende siempre ser la obra totalizadora a partir de abarcar historias dispersas y todos los filtros posibles, todas las técnicas de edición, pero siempre, seguiremos tenendo el peor sonido que existe.
Ayala Blanco pone todo en contexto: las antecedentes del director: dónde estudió, que hizo antes, quien escribió el guión, con que fondos se financió la cinta, y eso es nada más para empezar y para dejar en claro que el cine no es obra de una persona, lo que sigue es una sinopsis de la historia, el conflicto en sí resuelto en tres o cuatro parrafos:

Ni mucho ni poco ni mucho menos Demasiado Amor, al menos según la cinta con ese demasiado título de Ernesto Rimoch (2000). En lo que se reune con su hermana mayor Laura (Ana Karina Guevara) que partió a España en pos de nuevos horizontes para la casita de huéspedes conjuntamente soñada y mejores oportunidades supuestamente para ambas, la secre simple de alma y fea con suerte prototipo de la mexicanita acomplejada Beatriz (Karina Gidi de autocompasión con pasión) pronto se dedica a levantar galanes en una cafetería, primero por accidente, esparcimiento o curiosidad; enseguida por fascinación ante el descubrimiento de sus propias aptitudes y posibilidades amatorias, pues vivía en el ostracismo, sin darse cuenta de su atractivo para con los hombres; luego por sacrificio, ejerciendo sin sordidez una prostitución velada e innombrable a lo Santitos (Springall, 1999), para satisfacer las crecientes demandas monetarias de la emigrante fraterna, y finalmente por inercia o vicio circuloso, hasta que reaparezca el Gran Amor encarnado por el ligue enigmático de las intermitencias y el folclor viajero Carlos (Ari Telch), ese afelpado rondador ronroneante de hipotética personalidad tan arrolladora como su pick-up roja, aunque la hermana explotadora jamás mande por la batracita Beatricita ahora prendada prendida falorreverente gatita mimosa. pág. 180

Otra cosa que distingue a este crítico es su conocimiento del cine tal cual, los movimientos de cámara, las secuencias, los recursos retóricos, estructurales y literarios, aparte de los históricos e histriónicos, el hombre sabe de lo que está hablando, y por eso, ante producciones tan dispares como son las mexicanas, sus comentarios no tienen otra intención que dar testimonio de lo que ha visto según su propia experiencia de espectador, rara vez aplaude, es cierto, y da la impresión de que todo le desagrada, aún a las cintas que le han provocado placer suele señalarles con precisión sus defectos, sobre Japón de Carlos Reygadas, transcurren preguntas a lo largo del texto:

¿Incógnita primigenia o evidencias esenciales?... ¿Anécdota mínima o rugosidad reveladora?... ¿Originalidad superficial o recreación profunda?... ¿Instinto de muerte o volencia lastimera?... ¿Aborto suicida o problema relacional?...

He llegado a pensar que este hombre no disfruta el cine, sino que lo sufre y lo que hace es compartirnos su dolor, y cómo no ante cintas como Serafín, la película de René Cardona III (2001) Guerrero coescrita y protagonizada por el mismísimo Félix Salgado Macedonio, diputado federal por el PRD y Lina Santos dirigida por Benjamín Escamilla Espinoza (2001), El misterio de la trinidad, de José Luis García Agraz, Inspiración de Angel Mario Huerta Cantú (2001), o Alex Lora, esclavo del rocanrol, Luis Kelly (2002). Estas son las representantes de la grandeza de carencias que sufre el cine mexicano, junto con otras de regular manufactura pero que tienen su grandeza en las pretensiones como Crónica de un desayuno de Benjamín Cann (2000), grandeza de temas abarcados como El crimen del padre Amaro de Carlos Carrera (2002), grandeza en los créditos de producción Y tú mamá también de Alfonso Cuarón (2001), o grandeza en frescura argumentativa Por la libre de Juan Carlos de Llaca (2000).
Aunque como lector me resulta frustante no haber visto todas las películas que aborda Ayala Blanco, algunas por accidente o por bondad del videoclub pirata si las he visto, entre ellas Cuento de hadas para dormir cocodrilos de Ignacio Ortiz Cruz (2001) el documental Señorita Extraviada de Lourdes Portillo (1999-2001), Amar te duele de Fernando Sariñana (2002), Perfume de violetas de Maryse Sistach (2000), y De la calle de Gerardo Tort (2001)
Triste es haber dejado pasar cintas como Un mundo raro de Armando Casas (2001), de la cual habla muy bien, o saber que Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, nunca acabarás de ser amor de Julián Hernández (2003) es inconseguible por estos lados, pero Gabriel Orozco, documental de Juan Carlos Martín la he visto en el saldo de Soriana a 32 varos, junto con Japón de Carlos Reygadas (2001), así que pronto tendré chanza de verlas, sobre el que no guardo ninguna esperanza es el corto Y cómo es él de Issa García-Ascott Ogarrio (1998-2000), que recibe en libro casi todos los halagos posibles:

…Ejercicio de estilo precozmente dueño de sus recursos expresivos, la ficción correspondiente a la generación del Qué pedo guey se estructura con base en secuencias redondas, brillantes secuencias casi autónomas y con distinto tratamiento, fragmentación, naturaleza y resoluciones internas, cual inagotable repertorio de posibilidades y homenajes posmodernos a los cineastas mundiales-faro más próximos a la sensibilidad juvenil de los últimos años noventa, aunque sosteniendo siempre un elegante y displicente tono general. pág. 211.

Qué dijo, pues que este corto de 28 minutos, está excelente, y nada más.
Por último, hay que reconocer que el trabajo de Jorge Ayala Blanco se basa en años de vivir y ver el cine, de estudiarlo y de años dedicados a la enseñanza, pero tambien de su conocimiento de la situación social y económica del país, sólo en ese contexto es posible abarcar una obra tan diversa como lo es el cine mexicano, y aunque sus objetivos no se ven claros, este trabajo como los anteriores, son un ejemplo de lo que debe ser la crítica de cualquier disciplina artística en México, esta debe ser una labor diaria, abierta y sincera, no hay otra forma, no hay otra manera, sólo quien intenta verlo todo, entiende y es capaz de apreciar la grandeza cuando esta aparece.

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