Yonqui. Willam S Burroughs
Anagrama. 1997
Un profundo viaje a las alturas artificiales
Puede sonar exagerado pero esta novela debería ser lectura obligada en las escuelas, y si no ahí, debería serlo entre los funcionarios que apoyan la guerra contra el narco y las instituciones encargadas de la salud en el país. Publicada originalmente en 1953 bajo el nombre de William Lee, sigue siendo tan vigente como en aquellos días.
Pocas son las novelas donde un adicto expone su tránsito por los terregosos caminos de la droga de la manera en que William S. Burroughs lo hizo hace más de 50 años, sin intenciones redentoras y sin el aura mística que comunmente se ve en este tipo de obras, tampoco hace apología de la droga, en pocas palabras, lo que Burroughs dice esque drogarse no es divertido para un adicto, pero le es necesario.
Es fácil entender porqué causó tanto escándalo en esos años, para empezar el adicto no era un personaje ficticio sino el mismo autor, y él no era un miserable sin educación alguna, si no alguien con dinero y una formación académica con todas sus necesidades económicas cubiertas, entonces, ¿porqué este hombre de clase acomodada terminó siendo un adicto?
La respuesta es que, normalmente, nadie se propone convertirse en drogadicto. Nadie se despierta una mañana y decide serlo...
... Uno se hace adicto a los narcóticos porque carece de motivaciones fuertes que lo lleven en cualquier otra dirección. La droga llena un vacío. Yo empecé por pura curiosidad. Luego empecé a pincharme cada vez que me apetecía. Termine colgado... Nadie decide convertirse en yonqui. Una mañana se levanta sintiéndose mal y se da cuenta de que lo es.
Y partiendo de ahí, desde su primer experiencia con la droga, el abuelo William nos cuenta su larga travesía por los mares de la adicción, el largo peregrinar por la ciudad para obtener recetas de morfina, las tediosas esperas y busquedas del camello, su fracaso como distribuidor, el síndrome de abstinencia tan frecuente, su intención de querer dejarlo, los arrestos, los internamientos, las recaídas, el huir de el país. Drogarse nunca fue glamouroso.
Aún así, la novela si tiene una intención didáctica, enseñarles a los demás, a los que no entienden nada del asunto, de qué se trata ser adicto, cómo se vive, qué se hace, a qué se enfrentan cada día. No creo que Burroughs haya buscado originalmente algo de comprensión, para nada, simplemente expone su caso de manera clara y precisa, no hay remordimientos, nada de que arrepentirse, es sólo la narración de un largo viaje de exploración y aprendizaje.
Cuando una persona se engancha, todo lo demás carece de importancia. La vida queda enfocada hacia la droga, un pico y a esperar el siguiente, todo está lleno de “material” y “recetas”, “agujas” y “cuentagotas”. A veces el adicto cree que lleva una vida normal y que la droga es algo accidental. No se da cuenta de que las actividades que no tienen que ver con la droga las realiza como un autómata. Hasta que su fuente de suministro se corta, no se da cuenta de lo que la droga significa para él.
“¿Por qué necesita tomar estupefacientes, señor Lee?” es una pregunta que suelen hacer los psiquiatras estúpidos. “Necesito droga para levantarme de la cama por la mañana, para afeitarme y para desayunar. La necesito para seguir vivo” es la respuesta.
Claro que tanta frialdad sorprende, como debe hacerlo todo relato que contenga el hundimiento de uno mismo, en la dureza de su estilo y en la profundidad de sus simples reflexiones, Burroughs deja todo tal cual es, no hay remordimiento, mucho menos expresa la necesidad de compasión, nos muestra el cuarto sucio sin levantar nada del piso, tal vez esté exagerando (yo no él) pero hasta ahora este es el libro que habla sin miedo de la adicción, no la justifica ni la condena, la concibe como algo que existe en la mente y en el cuerpo, su razonamiento es biológico totalmente, físico en extremo, las celulas que son adictas a la droga siempre estarán pidiendo más, conforme la adicción avanza, las celulas toman el poder, la idea de que los yonquis se reconocen entre ellos se basa en eso, las celulas adictas reconocen las de otros, entre ellos hay algo que los une y que va más allá de la simple superficie.
El relato de su estadía en México también es directo, este país está enfermo, todos trafican con algo, pocos son los que obtienen el poder, sin más remedio Burroughs se refugia en el alcohol, ya no sabe que es peor, embriagarse para soportar el día o insistir en buscar la dosis, prueba el peyote, el tequila, sigue buscando, cuando se va de México lo hace con la intención de encontrar la mítica ayahuasca o yage, toda su mente flota con optimismo
Colocarse es ver las cosas desde un ángulo especial. Es la liberación momentánea de las exigencias de la carne temerosa, asustada, envejecida, picajosa. Tal vez encuentre en el yage lo que he estado buscando en la heroína, la hierba y la coca. Tal vez encuentre el colocón definitivo
No sé si logró encontrarlo, pero sé que algo encontró, y a su manera, en sus novelas siguientes trató de compartirlo, hay que admitirlo Burroughs no es para todos.
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