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La triste historia del candido lector
y el escritor desalmado… y viceversa
(Primera Parte)

Como lector me gusta pensar que hay libros que no están hechos para mí, como escritor prefiero creer que hay lectores que no están hechos para mis libros, end of story?
Pues no, como lector pienso muchas cosas, los años y los daños me han convertido en alguien que busca el placer de encontrar relámpagos y espejos que los multipliquen, prefiero los libros donde encuentro mis fantasmas y no aquellos que me muestran un cádaver bastante conocido: el escritor que juega o intenta jugar con el lector, considero entonces que si alguien tiene un juguete en la mano ese es el lector, el escritor debió por obligación divertirse mientras escribía el libro, si no lo hizo, ese es su problema, no el mío.
Tambien creo que si el escritor no le da al lector algo de que asirse, el libro se le caerá de las manos, por desgracia hay lectores que se obligan a encontrar algo que no existe, estos son los que sufren decepción tras decepción, pero son incapaces de enterrar el orgullo adolescente de leer los libros hasta la última página.
Luego está el final, algunos lectores son capaces de decir que lo mejor de ese libro fue precisamente eso, el final, ante la simpleza del comentario, yo respondo igual “y porqué no lo escribió al principio”.
Sobre los escritores, tambien tengo ideas muy simples: en la pretensión está la penitencia. Hay algunos que se han propuesto escribir algo que supere el Ulises de Joyce, la tiene fácil, agreguele dos palabras o dos páginas más, si es que puede.
El lector es más práctico, si quiere leer algo que lo divierta tanto como la autobiografía de Groucho Marx (Groucho y yo) va y toma la autobiografía de Groucho Marx y no la de otra persona, si yo quiero reírme triste y mexicanamente como sólo Ibarguengoitia me hace reir, pues agarro un libro de él y ya, sólo a un imbécil se le ocurre ponerse a esperar el nuevo Cien Años de Soledad, con otro título y escrito por otro autor, chale.
Claro que considero al lector el más noble de los dos, ahí estan los que juran que no hay libro malo, que en todos hay algo, casi les doy la razón, hay libros que son tan malos que todas sus deficiencias me parece que fueron hechas a propósito, esa capacidad para reunir tantos errores sólo puede ser obra de alguien que sabe lo que está haciendo, de otra forma no se pueden explicar que los publiquen, aquí es donde entra la famosa y tan temida “intención” pero de echar a perder una historia, un montón de personajes y a los pocos lectores que todavía andan por ahí.
Cuando escribo no pienso demasiado, creo que eso se nota, cuando era joven tenía la idea de que los poemas debían ser sumergibles, pero mi pequeña idea estaba a la mitad, Cesar Silva me la completó, los submarinos absorben agua para poder hundirse, por lo tanto, uno debe absorber lectores (aunque prefiero lectoras, of course) sumergirse entonces, implica tener algo de ellos, de los otros, algo que nos permita hundirnos, desaparecer de la superficie y llegar hasta donde seamos capaces, es decir, que el hundimiento, la sumersión en sí, dependerá de qué tanto hayamos absorbido del otro en nuestra obra. Aún creo en esta idea, si es que puede llamársele de esa manera.
Y creo en ella, porque lo que leo ahora parece ocuparse de la superficie solamente, sus libros son incapaces de dejarse ir/hundir en uno, no tienen nada de mi, pero tampoco de nadie, de ningún otro, ya lo dijo Porchia “un hombre solo, es demasiado para un hombre solo” y tiene razón, un escritor que escribe de y para si mismo, muy bien puede mandar a imprimir un ejemplar y quedarse con el, o imprimir varios para los demás que escriben como él.
Que el lector de hoy es un verdadero infame que busca satisfacciones inmediatas, es probable, pero no creo que toda la culpa sea de él, las editoriales y su ejército de narcisos han hecho lo suyo, por un lado acaparando la mesa de novedades, de hecho, al crear esa mesa han destruído el afán del lector por descubrirlas él mismo. las editoriales aceleran el proceso de envejecimiento de los libros, y no dejan respirar ni al libro ni al lector, ese apetito por lo nuevo ha generado una nueva legión de lectores voraces, ávidos de mercancía desechable, librito de avión o de temporada, incluso de... válgame dios, de moda! así las cosas. Saramago decía que en esto de escribir “no había que tener prisa, pero tampoco perder el tiempo” creo que eso tambien se aplica al acto de leer. Yo cuando quiero leer algo nuevo, algo que me sorprenda, agarro siempre Gargantua y Pantagruel de Rabelais, nunca me ha decepcionado.

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