Ahogados. Carlos Eugenio López
Lengua de Trapo. 2000
Conversando con un muerto en la cajuela
¿Somos lo que decimos? ¿Realmente alguien puede escucharnos mientras hablamos? De hecho ¿Alguien se escucha cuando habla? La novela Ahogados es un extenso dialogo entre dos hombres que matan inmigrantes y arrojan sus cádaveres al mar, para esto último tienen que hacer un largo viaje en auto, siempre de noche, y en el camino conversan, tratan de conocerse un poco en cada ocasión, lo que sea es ganancia.
Y de qué hablan dos hombres que se dedican a esto, de todo y de nada, así lo han hecho siempre, conversan como simples compañeros de trabajo, este homicidio es el número veintinueve y se notan un poco al borde, uno piensa en el retiro, el otro en que los retiren quienes los contrataron, mientras atraviezan la carretera su diálogo cruza otros caminos, toma los atajos del mutuo acuerdo cuando se puede o realiza varios rodeos para esquivar las palabras peligrosas. En ocasiones sube por las díficiles llanuras del humor y en otras cae en los inevitables barrancos del tedio y del vacío.
Sin nombres ni rasgos uno tiene que construir a estos dos personajes que sólo hablan por pasar el rato, evitándo la mayor parte del tiempo las respuestas sinceras y las preguntas directas, como si jugaran a perseguirse dentro de un auto mientras viajan.
Se saben asesinos pero no le ven remedio, no se imaginan haciendo otra cosa, uno se dice más viejo que el otro, uno estuvo en la cárcel, el otro recuerda a una de sus mujeres: Elena, pero no admite estar enamorado de ella, cuando la conversación va tomando el carril de lo íntimo, uno de los dos siempre tomará la salida más cercana
-Es que no me cabe en la cabeza cómo puede sen tan sencillo matar
-A mí me parece lo más normal del mundo. Lo complicado es vivir.
-Cuando lo piensas, ves tantos cabos sueltos… Y a la hora de la verdad, es como cortarse las uñas.
-O sacarse un moco.
-Por ejemplo.
-Parece un tinglado de impresión porque te han metido esa idea en la cabeza desde que no levantabas dos palmos del suelo, pero en cuanto le quitas el tabú…
-No sé…
-¿Qué es lo que no sabes?
-Que sólo sea un tabú
-Lo mismo que el incesto. ¿Por qué está mal follarse a tu hermana?
-Dicen que los hijos nacen tontos.
-¡Y quién se folla a su hermana para tener hijos!
Cínicos y sentimentales, uno dice escribir versos, el otro no entender nada, en esa larga conversación podemos imaginar más cosas, y como suele suceder en ocasiones, muchas de ellas están en lo que no se dice, en las preguntas que se quedan flotando como fantasmas en el interior del auto, 29 muertos, 29 viajes de ida y vuelta, la misma compañía siempre, la misma carretera, uno dicen contar los muertos y recordar el color de sus ojos, el otro admite que no se fijan en esos detalles, ni siquiera los ha contado, le da lo mismo cuántos sean y de que color tengan los ojos, son moros, personas que entraron ilegalmente al país y así les fue.
En el diálogo hay un racismo sin decoro alguno, sin disfraz, también hay una ignorancia real sobre lo que sucede fuera de su país, hay poca conciencia por la vida de un extranjero desconocido, una breve y simple filosofía para asesinos si es que tal cosa puede existir, ellos se consideran víctimas también, son los que realizan el trabajo sucio pero saben que igual lo harían otros, aún así entienden muy bien lo que están haciendo pero no el por qué, en el fondo no les interesa, no mucho, para ellos algunas cosas tienen matices, depende por dónde se le vea, hablar es lo único que tienen pero han perdido la capacidad de hacerlo sin ofender o lastimar al otro, como lo dije antes, están al borde de algo, al límite de abandonar ese trabajo y largarse a cualquier sitio, se hacen preguntas que ni siquiera ellos se han atrevido a responderse, son asesinos y esa profesión los puso en el mismo camino, esa es la verdad, y de un asesino no es bueno saber muchas cosas, casi al final de la novela su conversación se detiene en una carretera sin salida, la que da a las ruinas del porvenir: admiten que si fueran simples personas y se toparan en la calle, jamás entre ellos se hubieran cruzado una palabra.
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