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Relatos Urbanos. Violeta García

H. Ayuntamiento de San Luis Potosí. 2009
Lo que ves es lo que hay: miniaturas de un mundo pequeño

El conjunto de relatos de Violeta García contiene más de lo que promete en su portada con ese título tan plano e inexpresivo, cualquier nombre de las dos partes que lo conforman hubiera sido mejor, Crónicas de Alcohol, o Crónicas Funerarias, me inclino por este último, serían más atractivos en cualquier aparador, aún así, el libro se deja tomar desde el primer relato, la mayor parte de ellos sencillos, claros y duros, sobre todo duros.
Crónicas de Alcohol contiene ocho relatos que como su nombre lo indica, van de la peda, el pase y la pose, tratan sobre la fiesta, la reunión, el vicio como refugio al vacío, el primero de ellos Noche de Sábado, inicia como un simple testimonio de una simple fiesta juvenil, para despues darnos una breve sorpresa al narrar cada una de las pequeñas historias que sucedieron durante la noche.
Los personajes son jovenes sin trabajo, presionados por las circunstancias sociales y familiares, beben porque no hay otra cosa que hacer, ni otra que les guste, se refugian en las breves tribus que construye la ebriedad y que algunas veces terminan en largas amistades, en otras ocasiones acaban mal, en ellos todo es desvelo, no esperar nada por parte del sol, entregarse al aire, atravezar la noche.
La mayor virtud de estos relatos donde el alcohol funciona como vínculo, detonador o soporte, es que Violeta García jamás juzga, no critica los actos de nadie, es un asistente más en cada historia, y narra lo que es preciso, sin decorar ni romantizar nada, pero tambien sin condenarlo, nos está contando lo que es, evita los estorbos, los artificios tan tentadores que ofrece la literatura, en esa sencillez, esa claridad del relato hay una postura ante el acto literario: no entorpezcas nada, a la historia déjala fluir hasta donde llegue.
Pero hay algo más, en esa clara intención de transcribir la realidad tal cual es, descubrimos que no hay mucho que hacer a favor de ella, no si queremos que siga sonando real, ahí es donde los relatos ganan en profundidad, al presentar las situaciones sin dramatizarlas demasiado, sin interferir entre los personajes, el lector es libre y decide por él mismo.
Violeta García hace una apuesta arriesgada y la gana: la realidad, descrita con pocas palabras no es gran cosa, el hecho es, que tampoco usando demasiadas palabras la realidad llega a convertirse en otra cosa. Si en los relatos la emoción es escasa, es porque lo que sucede en él es un ritual monótono, esteril, y constante, como la realidad misma, los juegos ya no divierten, la embriaguez amarga y envejece las almas de los jovenes que no tienen ninguna moneda puesta en el porvenir.
Crónicas Funerarias es todo lo contrario, estos relatos llenos de muertos contienen más vida, vibran extrañamente, aquí tampoco se juzga o condena a nadie, pero las historias se dirigen al eterno tema de la muerte y lo hacen desde varías perspectivas, principalmente el de la pérdida, antes de hacerse la pregunta de a dónde van los muertos, García busca respondernos hacía donde van los vivos, explora con detalle está parte esencial de la vida, que a mi ver es la más jodida, lo malo no es morir, sino que se nos muera “alguien”.
La viudez, el azar, los accidentes, el suicidio y otras avenidas inevitables que desembocan en la muerte, son los lugares desde los cuales Violeta García inicia sus crónicas de muerte y desamparo, la muerte del otro como detonador de la soledad, el arrepentimiento, y sobre todo el final de algo. Aquí si hay emociones desbordadas pero con mesura, ajena a las exageraciones y al drama gratuito, García acompaña a sus personajes a realizar esos actos, que lo mismo invocan al desamparo que a la resignación, asiste pues a estas ceremonias donde cada uno entierra sus muertos en el aire, y los fantasmas en una botella de licor, los ayuda a encontrar los objetos que los reconciliarán con el mundo, o escuchar ese crujido que la muerte produce al moverse por sus habitaciones nocturnas.
Estamos pues ante un raro acto de equilibrio, por una lado tenemos un conjunto de relatos escritos con un extraño desapego que puede confundirse con frivolidad, y en el otro un conjunto de historias donde el dolor aparece narrado con una levísima ternura.
Y por supuesto con un pésimo título para un libro tan atractivo, espero que corra con suerte y a pesar de él, la gente atravieze ese letrero de No Pase que lleva en la portada. Ojalá.

(**)
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