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El capitán salió a comer y los marineros
tomaron el barco. Charles Bukowski
Anagrama, 2000
Autoretrato del artista indecente a sus 71 años


He aquí el primer libro de Bukowski que despertó mi interés por sus últimos libros de poesía, publicado cuatro años después de su muerte, este diario donde registra (tal vez sin saberlo) sus últimos años de vida, son lo más cercano que podemos estar de la sinceridad casi innasible del viejo Charles, en él, evita los consejos y prefiere decir que más vale que no lo estés escuchando
"Un escritor no se debe más que a su escritura. No le debe nada al lector excepto la disponibilidad de la página impresa. El mejor lector y el mejor humano son los que me recompensan con su ausencia."
En el diario somos lectores de su hastío, la vida que en esos días le es favorable, sigue siendo algo sin nada de atractivo, el tedio esa soga que sostiene la rutina, sea cual sea, siempre está del otro lado de la puerta y cada hombre tarde que temprano saldrá a buscarla
Supongo que siempre hay algo ahí afuera con lo que queremos torturarnos
Regresando de “eso” el hipodromo en su caso, Bukowski sabe que lo único que tiene es a sí mismo (lo cual no es mucho), sus gatos, sus botellas de vino, y las ganas de escribir, las simples y putas ganas de hacerlo de nuevo mientras pueda
Cualquier cosa que diga suena bien porque apuesto cuando escribo
Eso es lo único que lo hace vibrar, sentirse vivo, distinto a los demás, sabe que ya está en las últimas, y que cada página escrita es una hoja arrancada de los cuadernos de la muerte, por esos días reflexiona sobre los años que le ha robado a la dama de hueso y descubre que es ella la que se ha burlado de él, a pesar de ello, él insiste en sentirse inmortal
Cuando escribo vuelo, enciendo fuegos. Cuando escribo saco a la muerte de mi bolsillo izquierdo, la lanzo contra la pared y la agarro cuando rebota.
Eso cuando anda de buenas, cuando el día ha sido malo en los caballos y la carretera una mierda, algo ronda en la habitación de Bukowski y no son precisamente sus ocho gatos, tal vez en una de esas la muerte no cayó dentro de su mano
Hay noches en las que este cuarto es el único sitio en el que quiero estar. Y sin embargo, subo aquí y me siento como una cáscara vacía.
A pesar de la edad Bukowski no pierde su carácter revoltoso y sigue siendo un bravucón de cantina pero ahora en la quietud de su casa, ahora es ajeno al dolor, sigue habitado por la desesperación perpetua y el asombro ante los hombres que ya no se asombran de nada. Sigue peleando a la sombra, sigue escupiendo a la pared
Pero hay otra cosa, y es que nunca tengo un maldito libro que leer. Cuando has leído una cierta cantidad de literatura decente, simplemente no hay más. Tenemos que escribirla nosotros mismos. No queda jugo en el aire.
Para Bukowski, la frase “Ama a tu prójimo” sólo podía significar una cosa “déjalo en paz”, al final de sus días el propio Charles se reconoce un animal solitario, ajeno a todo, fuera de lugar, un verdadero extranjero del mundo, no se encuentra bien ni siquiera en el hipódromo, el descubrir que en todo este tiempo él no ha dejado de ser eso, el chico que se baja de la banqueta para no ver la cara de los demás, lo deja a la deriva del mundo
Yo no soy buena compañía; hablar no me sirve para nada. No quiero intercambiar ideas, ni almas. Soy un bloque de piedra que se basta a sí mismo. Quiero quedarme dentro de ese bloque sin que nadie me moleste.
Recuerda las notas de rechazo de las revistas y editoriales, recuerda sus noches inventadas en callejones fríos y llenos de ratas, recuerda esas habitaciones inmundas que él mismo buscó con tal de no gastar demasiado en cuestiones sin importancia, y repite en insiste en lo único que sabe
Nada impedirá a un hombre escribir a menos que ese hombre se lo impida a sí mismo. Si un hombre desea verdaderamente escribir, lo hará.
Sabe de lo que habla, él cree en eso, todas sus monedas las ha puesto en su maquina de escribir (en esos días usa una Mac) y se ha montado en ella con la intención de llegar completo al final de la carrera, no le interesa ganar, sólo llegar entero, cruzar la línea y nada más
No hay derrota posible en la escritura; hará que rían los dedos de tus pies mientras duermes; te hará dar zancadas de tigre; te encenderá los ojos y te pondrá cara a cara con la muerte. Morirás como un luchador, serás honrado en el infierno.
Esos relámpagos, esas visiones con infierno y todo no dejan de ser idílicas en la visión de Bukowski, después de esos desplantes llenos de vigor, arremete contra toda su generación y los que vienen
Sin embargo, cuando empiezo a dudar de mi capacidad para trabajar con la palabra, simplemente leo a otro escritor y entonces sé que no tengo motivos para preocuparme. No compito más que contra mí mismo.
Se sabe viejo pero poderoso, se escucha cansado pero es el único que sigue diciendo lo mismo, sigue firme en sus ideas, en su concepción del acto de escribir.
Nunca hay que empujar, nunca hay que forzar las palabras. Demonios, esto no es un concurso, y desde luego hay muy poca competencia. Muy Poca.
El capitan salió a comer… es un libro intenso, este bellamente ilustrado por el maestro Robert Crumb y es como asomarse a los gestos de un moribundo que se aferra a seguir peleando hasta el final, sin ceder un paso, sin arrepentirse de nada, con los puños en alto y los ojos puestos en los de la muerte, lo demás y los demás ya no le importan.
Recuerdo una larga e iracunda carta que recibí un día de un hombre que me decía que no tenía derecho a decir que no me gustaba Shakespeare… No tenía derecho a adoptar esa postura. Seguía y seguía con ese rollo. No le contesté pero lo haré aquí.
Que te den por el culo, compañero. ¡Y tampoco me gusta Tolstoi!

P.D. Hace unos meses estuve en la biblioteca pública de Los Angeles, subí hasta el tercer piso sólo para tomar un libro de Bukowski entre mis manos, sólo para estar ahí, en el mismo sitio donde el pasó las tardes de su juventud huyendo del calor, el frió y el hambre, y ya estando ahí todo tomó sentido, el muchacho solitario ahora tiene sus propios libros en el mismo edificio donde su hambre se topó con la de Knut Hamsun, comparte un amplio piso con John Fante, el único escritor que le habló de su ciudad cuando más perdido se sentía, al final el bravucón había ganado. Por lo menos mejores compañías.
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