Drag Me To Hell. Sam Raimi (2009)
El Despertar de Sam Raimi
Después de ver Drag me to hell me pregunté sobre la última vez que había disfrutado de una cinta de horror, pensé en The Thing de John Carpenter, pero esa la ví cuando tenía unos doce años en una de esas matinees domingueras del Cine Victoria, luego pensé que no podía exagerar tanto, de un tiempo para acá sí han sucedido cosas buenas, Jeeper Creepers (Victor Salva, 2001), The Host (Joon-Ho Bong, 2006), o la propositiva REC (JaumeValaguero y Paco Plaza 2007), bueno algo es algo.
Luego de tantas cintas donde este género ha sido rebajado a un triángulo insoportable: microedición babosa, ruiditos espantañoños y una explicación ultrapendeja e innecesaria del mounstro (la cual entre más larga más idiota) Sam Raimi regresa a decirle a toda esa bola de fanáticos de los videoclips cómo se hace una película de terror elemental.
1.Cuenta la historia desde el principio, 2. terminala de contar.
Y claro que hacer eso es bastante difícil en estos tiempos que corren, donde si no hay un imbécil que desea convertirse en asesino serial… por internet, o un enfermo de cáncer y sus seguidores tratando de que la gente aprecie su vida… torturándolos. Pues no hay nada que ver.
Sam Raimi sabe que al género en estos días no le queda otra que ser divertido, la gente nunca ha ido al cine para que lo asusten, no en los últimos diez años, pero tampoco va a que lo aburran con una historia sin pies ni cabeza, así que Raimi cumple con lo que se propone, las personas que se asustan con estos divertimentos salen asustadas, y los que disfrutamos las películas de terror, seguimos riéndonos como idiotas días después de verla.
La historia es muy simple, una joven ejecutiva de un banco le niega la tercera prorroga a una indefensa y antiquisima gitana que resulta ser una verdadera hija de la chingada, pues al no obtener lo que implora termina maldiciendo a la pobre jovenzuela, dicha maldición tiene un breve plazo de tres días, en los cuáles la chica busca reparar el daño, regalarle la maldición a otra persona o ya de plano romperla, todo esto resuelto con unas graciosisimas escenas llenas de sustancias asquerosas, sombras que se alargan, chivos que hablan, pedazos de pastel que lo miran a uno y más linduras por el estilo, el final es tan previsible que la sorpresa es precisamente que Raimi no lo haya cambiado de último momento. En resumen una verdadera joyita para esta década llena de baratijas.
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